¡Qué bien!
Por fin un poco de lluvia en la ciudad (bueno, tal vez demasiado!). Lo digo no sólo porque ayuda a limpiar las calles y reducir la contaminación del aire, sino que además da a nuestras plantas del huerto una bebida refrescante.
Y es que la calidad del agua de lluvia es mucho mejor de la del grifo, por lo menos en la ciudad. No tiene cal ni cloro, que son un poco perjudiciales para el huerto en dosis altas– de forma lenta, la cal se va acumulando en el suelo y puede cambiar ligeramente el pH, lo que puede afectar al crecimiento de ciertas plantas que prefieren suelos más ácidos (la cal es alcalina).
La lluvia da a las plantas una limpieza general de las hojas, parecido a una buena ducha después de una semana en la montaña (!) y también al suelo, lavándolo un poco y mejorando la calidad de intercambio iónico alrededor de las raíces de las plantas.
Si observas las plantas después de días de lluvia, fíjate que están más lozanas, más verdes y con un brillo de salud! Si puedes, te recomiendo recoger un poco de agua de lluvia, para usarla cada quincena o lo que puedas para compensar la falta de lluvias frecuentes.